LOS HIJOS DEL SOL

(Leyenda sobre la muerte de Nemequene)


Foto- Universidad Eafit.

Gobernante Muisca, entre 1490 y 1514

Era muy temprano cuando el ejército de Nemequene se alistó.

El cielo estaba de color plomizo, nubes blancas venían de todos los puntos cardinales para unirse formando nubarrones amenazantes. Un hermoso río se arrastraba majestuoso como guirnalda que se acomodaba a las formas de la tierra. En la concavidad de las montañas resonaban cantos y ruidos de animales que parecían dar un anuncio.

Sin afán pero decididos, van los indios con lanzas de madera, flecheros que llevan grandes arcos y agudos dardos con punta de hueso. Manda la vanguardia el Zaque Nemequene. Grandioso espectáculo el de aquel ejército que avanza caracoleando como una larga serpiente.

Al lado y lado los bohíos, las lagunas y los sembrados.

Los indios llevan en la cabeza penachos de plumas, en los brazos y en el rostro pintadas figuras monstruosas; rojas y negras. Se distinguen los jefes por sus estandartes con ídolos pintados y sus mantas de colores. Sus flechas con espinas de pescado, sus cascos de pieles, sus plumas de guacamaya, sus petos de oro y sus chagualas de esmeraldas.

El Zaque va en hermosas andas adornadas de esmeraldas y oro; es arrogante, de aspecto grave, gallardo; lleva sobre sus hombros una hermosa manta de color diferente a todos. El casco de su cabeza ha sido hecho de piel de tigre, y está sembrado de plumas; todas sus alhajas son áureas: la media luna que lleva en la frente con las puntas hacia arriba, el collar envuelto en la garganta, la patena que tiene en el pecho llena de figuras de insectos, los zarcillos que penden de sus orejas, la argolla que cuelga de su nariz, el brazalete que adorna su mano izquierda y el macizo cetro que empuña en la diestra. Los rayos del sol se reflejan en  estos emblemas de oro.

Detrás de las andas llevan las momias de varios guerreros, muertos en los campos de batalla.

Todos; jefes y vasallos, tienen la nariz achatada, el color cobrizo, el pie descalzo, los ojos negros, los dientes finos y el pelo negro. Ninguno tiene barba.

Cuando miran el camino recorrido, ven la fortaleza; el blanco toldo y las cercas de madera; viéndose ya muy pequeñas. Fue donde muy temprano, se alistaron y realizaron el correspondiente ritual al dios Huitaca, hubo también sacrificios de niños, como ofrenda al sol. Seguros de estar listos para vencer, emprendieron el camino.

La mañana fresca y un sol rojo sangre, que cayendo sobre todo daba un aspecto deslumbrante y feroz al tiempo; como cuando la naturaleza se alista para algo grande. Un acontecimiento fuera de lo común marcaría la historia con huellas imborrables. Las nubes se habían disipado, como si respetuosas dieran  paso  a los guerreros.

Nemequene. Líder y excelente estratega militar con impresionantes hazañas en su corta vida, que aparte de su influencia e importancia en este aspecto; dio origen a las leyes Muiscas, que fueron de las primeras manifestaciones orales del derecho en la América Pre hispana. Su código muy parecido a la ley del Talión “ojo por ojo, diente por diente”, es curioso que a su mismo nivel y edad cultural corresponden los códigos de Hamurabi de los asirio-caldaicos, las leyes de Manú, de los hindús, y el decálogo de los hebreos en la antigüedad.

Fue obra de un estadista, guerrero y legislador.

Heredero del trono de su tío Saguanmachica, quien murió en la batalla de Chocontá donde triunfara sobre las tropas del Zaque Michua. Y lo sucedió su sobrino Tisquesusa.

Era un día del año 1514, el ejército del Zaque de Tunja, ante quien cayeron los caciques de Zipaquirá, Ebaté, Guatavita, Ebaque, Shusha, Simtejaca y Fusagasugá. Sería enfrentado por el Zaque Nemequene.

Cuando los dos ejércitos estaban cerca, se alzó la espantosa gritería. Alaridos destemplados y el ruido de tambores, caracolas, pífanos y gritos de guerra de ambas tropas que se cruzaban en el aire para expandirse por la llanura. Las lanzas fueron puestas en ristre, las piedras se colocaron en las hondas, las saetas en los arcos, las momias se alzaron en alto. Nemequene arengó a sus vasallos.

Los segundos eran eternidad para estos bravos guerreros, hasta el momento en que las dos primeras filas de cada ejército se enredaron en un nudo ensangrentado y en poco tiempo estaban los pastos bañados del color rojo de la sangre de los batalladores que peleaban hasta después de muertos.

Cada Zaque se desplazaba de un sitio a otro, donde fuera necesario dar valor a sus beligerantes. Dominando la batalla las tropas del Zaque Nemequene sucedió lo más desafortunado para este valiente; una saeta le atravesó el cuerpo por el lado derecho hiriéndolo de muerte; aun así, con sus propias manos la arrancó de su pecho y quiso continuar, pero se vio como perdía las fuerzas debiendo ser retirado del campo, dejando a sus soldados sin moral ni alientos.

El Zaque fue llevado a los Jaques quienes realizaron toda clase de esfuerzos por recuperar su salud; pero a los cinco días murió, dejando tristeza y lágrimas. A Nemocón llegaron para lanzar sus gritos de dolor y desesperanza los integrantes del ejército, que luego sería comandado por Tisquesusa.

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